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2022 SUMMER

Manos que crean brisa fresca

Kim Dong-sik es maestro en el arte de hacer abanicos. Lleva más de sesenta años creando abanicos tradicionales en Jeonju, provincia de Jeolla del Norte, en un negocio familiar de cuatro generaciones.

Cuando el lujo del aire acondicionado y los ventiladores eléctricos no existía, en verano los abanicos de mano eran imprescindibles. La gente los usaba para refrescarse al remover el aire, y también como símbolo de estatus social o accesorio de ceremonias en bodas y funerales. Los yangban, de la dinastía Joseon, eran muy aficionados a los abanicos plegables con varillas de bambú de doble capa (hapjukseon). Desplegaban el broche de su abanico, se refrescaban, lo cerraban y lo dejaban de nuevo en la amplia manga de sus vestimentas, que servía como bolsillo. Algunos atesoraban la pintura de la lámina de papel del abanico como si fuera una obra de arte, y otros lo usaban para rascarse la espalda o como arma ante emergencias. También servían para ocultar el rostro de los amantes secretos.

Tradicionalmente, los abanicos coreanos se dividen en dos tipos: redondos y rígidos (danseon) y plegables (jeopseon). Los rígidos irradian unas varillas desde el mango, mientras que los plegables se clasifican en base al número y material de las varillas, el decorado de las láminas del papel o las piezas y accesorios utilizados. Entre ellos, hapjukseon, con incrustaciones de nácar, metal y jade o lacados, es un tipo exquisito de abanico plegable. En su época, durante la dinastía Goryeo (918-1392), era considerado un gran obsequio o un valioso regalo diplomático.

Durante la dinastía Joseon, el número de varillas en los abanicos definía la posición social del usuario: 50 para la familia real, 40 para las clases altas, y menos para la clase media alta y la gente común. “Un registro de costumbres estacionales de Corea” (Dongguk sesigi), escrito por el erudito de la dinastía Joseon Hong Seok-mo (1781-1857), explica que los abanicos ofrecidos al rey en primavera por el Día de Dano se repartían entre sus cortesanos y asistentes. Seonjacheong, era la agencia pública responsable de crear los abanicos, y la Oficina Provincial de Jeolla supervisaba la producción y la recolección de abanicos para enviar al rey.


Minucioso proceso
En su taller, repleto de tallos de bambú, el artesano Kim Dong-sik sostiene una delgada tira de bambú. “Para hacer un hapjukseon, las tiras de bambú de la parte exterior del culmo o caña de bambú se cortan muy delgadas y se unen en dos, con la corteza hacia afuera, para cada varilla del abanico. Comparados con los abanicos plegables chinos y japoneses, hechos con la parte interna del bambú, la más blanda, los hapjukseon duraban mucho más. La durabilidad es una de las características que define a los abanicos plegables tradicionales coreanos”, afirma.

Kim completa entre 140 y 150 pasos para cada abanico. El primero es obtener los culmos de bambú más adecuados. Un árbol de bambú alcanza su altura máxima el primer año y luego solo madura el interior, pero requiere tres años obtener la dureza adecuada.

“El bambú joven puede tener mejor apariencia, pero es demasiado blando por dentro. Los árboles de tres años son los mejores. Las reservas anuales de bambú deben comprarse entre diciembre y enero cuando hay tiempo seco, pues las polillas se comen la madera si está húmeda”, explica Kim.

Los impecables culmos de bambú se dividen según el tamaño de las varillas del abanico, y los palitos se dejan en remojo cinco días, para que la piel verdosa se vuelva amarilla. Los palitos se ablandan en agua hirviendo y se cortan por el lado interno hasta un grosor de entre 0,3 mm y 0,4 mm. Eso elimina casi dos tercios del palito.

El siguiente paso es el más difícil: las tiras deben cortarse tan finas que sean traslúcidas. “Así, el abanico se abre y se cierra suavemente, y el marco flexible ofrece una brisa fresca con el mínimo movimiento de la mano. La superficie exterior del culmo de bambú es tan dura y resistente que un abanico plegable puede durar más de quinientos años, si se cuida bien”, asegura Kim.

Las delgadas tiras se pegan para hacer las varillas dispuestas en forma de abanico y se dejan secar una semana. Para mayor durabilidad, usan dos tipos de pegamento en una mezcla de 4 a 6. El primero es de vejigas de corvinas secas y hervidas, y el segundo de huesos de animales, tendones y cuero, cocidos a fuego lento mucho tiempo. Al completar el esqueleto del abanico, la parte inferior de las varillas se decora con murciélagos, flores de cerezo, dragones y otros diseños con herramientas de hierro caliente.

El siguiente paso es cortar y pulir los materiales de los protectores exteriores, como madera de azufaifos, abedules o duramen de viejos caquis ennegrecidos. Los protectores se decoran con finas placas de bambú o recubren con laca negra o roja y brillantes incrustaciones de nácar. El esqueleto o armazón se pule suavemente, las varillas se pegan y se adjunta “el país” o lámina cortada de hanji (papel de morera). Finalmente, en un extremo se inserta un anillo pivotante de latón, níquel o plata para fijar los protectores y completar el abanico.

Hasta la década de 1920, el proceso de producción se dividía en seis partes, cada una a cargo de un artesano diferente, algo posible cuando la demanda de abanicos era muy elevada.

Cortar tallos de bambú en finas tiras es lo más difícil del hapjukseon, afirma el maestro creador de abanicos Kim Dong-sik, a cargo de un negocio familiar de cuatro generaciones.

El taller más antiguo
Tras preparar las tiras de doble capa, el resto se hace en otro taller. Salvo para comer, Kim pasa todas sus horas aquí. Los cuchillos y las herramientas de hierro fundido que cuelgan en ordenadas filas, y su banco de trabajo de aspecto antiguo, atestiguan la experiencia y conocimientos de este maestro artesano, que lleva más de sesenta años fabricando abanicos al estilo tradicional.

Señalando hacia los cuchillos, Kim comenta: “Al principio tenían hojas anchas, pero veinte años de afilado y constante uso los han gastado hasta parecer estrechos cuchillos de filetear. Este conjunto lo fabricó y usó mi abuelo materno antes de heredarlo yo”.

Entre un estante y la puerta cuelga una fotografía en blanco y negro de su abuelo. Era un hábil artesano de finales del período Joseon, cuyos abanicos se enviaban al rey Gojong como tributo. Kim tuvo la suerte de aprender todas las habilidades de su abuelo cuando era niño.

El taller de abanicos de Kim es el más antiguo de Corea. Comenzó con su bisabuelo materno, al que sucedió su abuelo de la fotografía (Rah Hak-cheon), su tío (Rah Tae-sun), y finalmente el propio Kim, que aprendió el oficio en 1956 con solo catorce años. Como mayor de una familia pobre de ocho hijos, fue sacado de la escuela y enviado con sus abuelos maternos para aprender el oficio. En el pueblo muchos artesanos fabricaban abanicos, y era fácil conseguir bambú y hanji, los materiales básicos.

Como los abanicos de mano eran entonces una necesidad del hogar, un artesano experto podía ganarse la vida modestamente. “Inicialmente, ayudaba con trabajos ocasionales y aprendía solo mirando. Era bueno con las manos. Podía cortar tiras de bambú alineadas con facilidad”, recuerda Kim. “Los mayores lo vieron y me enseñaron el oficio. Era tan rápido y tenía tantas ganas de aprender que me elogiaron mucho, y eso me hizo esforzarme aún más”.

Quizá la diferencia entre un simple técnico y un artesano sea la dedicación. Al comenzar, Kim decidió que haría “grandes obras de arte”. Quería hacer abanicos de estilo propio, con las habilidades que su abuelo le había transmitido. Doblados, sus abanicos encajan perfectamente en la palma de la mano, y al abrirlos en semicírculo, las varillas guardan perfecta simetría.

Pero los problemas financieros obligaron a Kim a rendirse. Tras un mal préstamo, apenas tenía para comprar comida, y menos material para los abanicos. Entonces, uno de sus amigos le prestó algo de dinero junto con un consejo que nunca olvidó: “Eres un creador de abanicos nato, nunca te rindas”. Sus palabras quedaron tan profundamente grabadas en el corazón de Kim, que se aferró a su oficio a cualquier precio.

Kim Dae-sung, hijo del artesano, se convirtió en aprendiz designado en 2019 y decidió proseguir con el oficio para mantener viva la tradición.

 

Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional
Kim elabora cada parte de sus abanicos con sus propias manos. Su orgullo por crear una obra de arte le mantiene hasta el día de hoy, pero las preocupaciones financieras persisten.

“Como ahora no puedes ganarte la vida haciendo abanicos, los jóvenes no quieren aprender el oficio. No quería que la tradición se perdiera, y cautelosamente pregunté a mi hijo si le gustaría aprender, aunque entonces ya trabajaba. Agradecí cuando dijo que lo intentaría”.

Kim Dae-sung, su hijo, llegó al oficio en 2007. Rápidamente, aprendió las habilidades que había visto a su padre toda la vida, y se convirtió en la quinta generación de artesanos. El compromiso de su hijo alentó a Kim a buscar reconocimiento oficial.

Tras solicitar el título de patrimonio cultural, durante tres años documentó y sistematizó el proceso de producción. En 2015 fue designado como primer poseedor del título de Patrimonio Inmaterial Nacional en el arte de fabricar abanicos. Desde entonces, otros artesanos han obtenido el mismo reconocimiento, y su hijo se convirtió en aprendiz designado en 2019.

Al culminar la entrevista, el joven que cortaba tiras de bambú en una esquina del taller se une a nosotros. Es el nieto de Kim, el hijo de Kim Dae-sung. “Mi nieto está en primer año de universidad. Dice que quiere aprender a hacer abanicos, pero no sé si animarlo o disuadirlo”, reflexiona Kim.



Lee Gi-sook Escritora independiente

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