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2020 AUTUMN

Días honestos, compartidos con los vecinos

Algunas agencias inmobiliarias todavía funcionan como espacios para que los residentes locales se dejen caer por allí a socializar. Cho Kang-hee, referente en un barrio de casas tradicionales coreanas en el centro histórico de Seúl, ofrece franqueza en todas sus ventas.

Frente a la oficina de bienes raíces que ha dirigido los últimos 15 años, Cho Kang-hee explica los entresijos del área de Seochon.

Acariciando su blanca barba, un abuelo se dirige a la puerta contigua a la agencia inmobiliaria para jugar al janggi (ajedrez coreano). Los días afortunados, compra dos sandías y regresa con una en cada mano, silbando una melodía. Esta es una escena del disco ‘Grandfather and Watermelon’ de 1993 del cantante de folk-rock Kang San-Eh.

Una vez conocidas como bokdeokbang, que se traduciría más o menos como “sala de buena fortuna”, durante mucho tiempo, las oficinas de los agentes inmobiliarios cumplieron un rol más allá del propósito oficial de vender o alquilar propiedades o terrenos: eran una especie de local de barrio, similar a un sarangbang, la sala de estudio y recepción del propietario de una casa tradicional coreana. Abrían ampliamente sus puertas y la gente se reunía en esas oficinas para compartir historias y socializar. Allí, las semillas de los rumores del vecindario se plantaban, regaban y cultivaban, para luego expandirse al resto del mundo.

Cuando alguien tenía problemas, una agencia inmobiliaria podía convertirse en un lugar para recibir ayuda de un alguacil. Allí se celebraban las buenas noticias con tortitas calientes hechas con verduras y un tazón de makgeolli (vino de arroz), y en los tiempos difíciles venían a compartir abrazos y consuelo. Por supuesto, era una época diferente, cuando la distancia entre la gente era algo menor de la actual, y los tejados de cada barrio, hilera tras hilera, todavía eran bajos.

A medida que los tejados bajos de las ciudades se hicieron más y más altos, convirtiéndose en edificios de pisos de gran altura que parecían tocar el cielo, los vecindarios se volvieron menos hogareños. Ahora estos espacios operan bajo pesados carteles y con prolijas indicaciones que dicen “Oficina de Agentes Inmobiliarios con Licencia”, en vez de ‘Bokdeokbang’, y ya no ejercen el rol de “local del vecindario”. Sin embargo, todavía hay un rincón de este tipo donde esas puertas al pasado permanecen abiertas. El camino hacia esa sensación de “barrio amable” y de conexión genuina, conduce a Seochon.

Camino al pasado

El Palacio de Gyeongbok es el más grande y magnífico de los cinco principales de Seúl. Los distritos al norte y al oeste son conocidos, respectivamente, como Bukchon y Seochon (buk significa “norte” y seo significa “oeste”). Durante la era Joseon (1392-1910), la nobleza construía sus hogares en Bukchon, mientras que la clase emergente de profesionales, como intérpretes y médicos, se reunían en Seochon. También artistas famosos, incluidos pintores y poetas, consideraron a Seochon como su hogar. Hoy día, el hanok de Seochon se preserva mediante subvenciones gubernamentales, similares a las que recibe Bukchon. Pero comparado con el hanok más amplio y majestuoso de Bukchon, el hanok de Seochon es más modesto. Una enredada tela de araña de pequeños callejones se retuerce y gira entre las agrupaciones de estas humildes casas, apiñadas hombro con hombro. Entre estos callejones, Cho Kang-hee ha gestionado su ‘Oficina de Agente Inmobiliario con Licencia Central’ durante los últimos quince años.

“Seochon está cerca del centro de la ciudad, pero también colinda con una hermosa montaña y un gran parque”, destaca Cho. “Estas no son personas que compran y venden casas para intentar ganar dinero; la mayoría desea vivir aquí porque les gusta el vecindario. Una vez que la gente se muda aquí, tiende a no irse”.

Las viviendas son, generalmente, pequeñas casas hanok de 65 a 100 metros cuadrados, y pueden tener muchos inconvenientes, pero también ventajas de las que los pisos carecen. Cho ha confeccionado una lista de pros y contras de las casas hanok, para presentarla a sus clientes.

“Estas casas están hechas de materiales naturales, como tierra, piedra y madera, y eso es bueno para la salud. Ofrecen la sensación de estar conectado a la tierra, y es fácil conocer a los vecinos. Su superficie actual puede parecer pequeña, pero también es bella y acogedora. La gente disfruta mucho arreglando los pequeños jardines, y hay buena circulación de aire. Realmente permiten experimentar el cambio de las estaciones y esto nunca es aburrido. Por otro lado, los materiales totalmente naturales atraen a los insectos, y tanto el aislamiento como la insonorización pueden ser un desafío. La vulnerabilidad al fuego y al agua puede ser una debilidad, pero eso puede mejorarse con una reforma. El techo, las paredes y el suelo de madera maru precisan mantenimiento regular, pero el Gobierno ofrece subvenciones para cubrir ese gasto, por tanto nunca será una carga financiera”.

Dada su proximidad a la Casa Azul, el complejo presidencial, el aumento de las medidas de seguridad tras el intento de asesinato por parte de comandos norcoreanos en 1968 duró hasta bien entrada la década de 1980, y convirtió a Seochon en una zona bastante incómoda para ciudadanos comunes y corrientes. Entrar o salir del vecindario requería identificarse en un puesto de control, y había que informar sobre cualquier huésped que viniera a pasar la noche.

Cho recuerda: “Los antidisturbios siempre estaban de guardia, y eso, junto con las estrictas restricciones al desarrollo, desalentaba a trasladarse a esta zona. A finales de la década de 1990, circuló el rumor de una mayor flexibilidad en la normativa de construcción y la gente empezó a venir. Pero, incluso entonces, no se podía construir muy alto: siete pisos como máximo en la calle principal y cinco pisos en el vecindario. Cuando esta área pasó a ser una zona de conservación de casas hanok oficialmente designada en 2010, mucha gente quedó decepcionada, porque eso implicaba que, incluso al derribar del todo una vieja estructura, solo podrían construir otra casa hanok en su lugar”.

Por tanto, el vecindario ha permanecido como una isla, sereno y tranquilo en el centro de la “selva de Seúl”, que acumula edificios de gran altura y un flujo constante de peatones y vehículos. El reloj camina más despacio en Seochon. La gente viene aquí a pasear a ritmo lento, a tener una vista despejada del cielo.

Bukchon, en realidad, fue la primera zona en reclamar este singular tipo de “lentitud” y, en poco tiempo, pequeñas y coquetas tiendas comenzaron a abrir entre casas hanok perfectamente conservadas, atrayendo a multitud de gente, joven y curiosa. Entonces, justo cuando los negocios comenzaban a despegar, los propietarios aumentaron el alquiler. Incapaces de asumir alquileres más altos, muchos propietarios se trasladaron a Seochon. Por aquel entonces, los hanok convertidos en casas de huéspedes comenzaron a florecer, atrayendo naturalmente a viajeros internacionales.

“Los domingos no pienso nada en el trabajo, y tomo un descanso de verdad. Limpio mi casa. Voy de excursión. No tengo ninguna afición en particular, y no soy gran bebedor. Eso es todo. Básicamente, esa es mi vida.”

Una elección desesperada

Cho nació en Seúl. Su primer trabajo fue en la oficina de una empresa de construcción. Más adelante, comenzó a trabajar para un conglomerado, administrando una de las empresas subcontratadas. Ese empleo le llevó a dirigir una factoría durante doce años. Posteriormente, en 2005, una fábrica china comenzó a hacer exactamente el mismo componente electrónico que su factoría, y cerraron prácticamente de la noche a la mañana. Cho tuvo que asumir una inmensa deuda personal para cubrir los salarios y la indemnización por despido de los empleados.

“Fue cuando mis dos hijos empezaban la universidad. Necesitaba seguir ganando dinero, pero al tener más de 50 años, no había una salida clara para mí”, asevera Cho. “Entonces me encontré a un primo mayor que trabajaba como agente de bienes raíces con licencia. Pensé que, al menos podría intentarlo, así que me inscribí en un curso.

Tenía 52 años en ese momento.

“Mi esposa entonces llevaba un restaurante. Todas las mañanas, iba a comprar los ingredientes y se los llevaba, y luego me iba a clase. Dormía cuatro horas por noche. Si hubiera estudiado así en secundaria, habría entrado en una universidad de primer nivel. Empecé a estudiar en marzo de 2006, y pasé la prueba en febrero del siguiente año. Como ve, estaba desesperado. Seguía pensando que, si fallaba ese examen no podría mantener a mis hijos hasta su graduación universitaria. No tenía más remedio que trabajar duro”.

Estudiando como aferrado al borde de un precipicio, Cho pasó la prueba al primer intento, completó su aprendizaje en otra agencia, y luego siguió el consejo de su director de curso y eligió Seochon para abrir su propia oficina. Ahora, ya lleva quince años en este mismo lugar, y cada día antes de las diez de la mañana, llega para abrir la puerta.

“Antes de este trabajo, nunca tuve interés en los bienes inmuebles”, resalta. “Siempre pensé que uno debía ganarse la vida trabajando duro, y lograr en base al esfuerzo invertido. Pero nunca pensé en ganar dinero invirtiendo en algo. Incluso al venir y encontrar mi lugar aquí, tan solo confiaba a ciegas en ser lo suficientemente bueno por recomendación de mi director durante el curso. No tenía idea de qué zona podría ser mejor o más lucrativa. Pero, más tarde, tras llevar un tiempo en este trabajo, me volví un poco codicioso. Incluso pensé en mudarme a otro vecindario, aunque eso no funcionó”.

Estuve pensando mudarme a otro barrio en la provincia de Gyeonggi, repleto de complejos residenciales. Los edificios tienen muchos pisos, y los clientes que buscan uno en concreto suelen tener expectativas y deseos claros. El diseño interior es idéntico, por lo que no hay necesidad de caminar para enseñar un montón de propiedades distintas. Todo lo que hace falta es realizar una simple comprobación del tamaño de cada unidad, ver la planta en que se encuentra y el estado del interior.

Las propiedades en Seochon, en cambio, no pueden conocerse sin visitarlas una por una, hay que verlas directamente, en persona. Eso convierte la gestión de esta oficina en mucho más compleja que la de un vecindario de edificios residenciales. Las agencias mantienen reuniones para compartir listados de bienes raíces, pero para asistir hay que pagar una elevada cuota de membresía. Incapaz de reunir ese dinero, Cho terminó quedándose en Seochon.

“Los clientes, por supuesto, siempre quieren un espacio impecable y con buena luz, pero el problema es que las casas en esta zona son todas pequeñas y están deterioradas. Sin embargo, me he arraigado tanto que es difícil marchar de aquí”.

A cada cliente que lleva a ver una propiedad, Cho Kang-hee le ofrece una lista detallada de los pros y contras de vivir en un hanok. Siempre dirá que si bien los hanok de Seochon pueden ser pequeños, las casas de estilo tradicional son acogedoras y propicias para conocer realmente a los vecinos.

Sentido de la ética

Cho empieza el día a las siete y media de la mañana. Después de desayunar y de prepararse para ir al trabajo, sale de su casa en Pyeongchon New Town sobre las ocho y media, y hace un largo recorrido en metro hasta Seúl. El trayecto de su casa a la oficina, de puerta a puerta, dura noventa minutos. Por la noche, Cho regresa a casa sobre las nueve. Su rutina nunca cambia, de lunes a sábado más días festivos.

“Al principio, también trabajaba los domingos. Pero a medida que envejecía, sentí que tenía que dar algo. Necesitaba pasar algo de tiempo con mi familia, así que ahora tomo los domingos libres. Los domingos no pienso nada en el trabajo, y tomo un descanso de verdad. Limpio mi casa. Voy de excursión. No tengo ninguna afición en particular, y no soy gran bebedor. Eso es todo. Básicamente, esa es mi vida”.

Cada día, un promedio tres clientes potenciales pasa por la agencia, y uno o dos de cada diez terminan cerrando un trato. A veces hay clientes difíciles y situaciones desagradables, pero sigue siendo un medio de vida sostenible, por lo que es capaz de soportarlo con calma. Cuando un cliente regresa con un pequeño regalo de agradecimiento por haberle conseguido un buen hogar, Cho devuelve el cumplido dando crédito a “la buena suerte del propio cliente”.

‘Bokdeokbang’ puede haberse transformado ahora en ‘Oficina de Agentes Inmobiliarios con Licencia’, pero los residentes locales de Seochon todavía pasan por la oficina de Cho para enterarse de los últimos chismes y tomar una taza de té. La agencia también ofrece algunos servicios sencillos de forma gratuita, como envío de fax, fotocopias u obtención de pruebas certificadas de registro.

“Un agente comercial debe tener sentido de la ética. Este es un sector que tiende a la especulación. No es así siempre, por supuesto. Pero si te vuelves codicioso, acabarás en problemas. No soy bueno engañando, y no soy un conversador persuasivo. Más bien soy como un funcionario o un profesor. Aún así, lo que me gusta de este oficio es que mientras puedas mover tu cuerpo y usar tu cerebro, podrás seguir trabajando. No hay edad de jubilación”.

La puerta se abre: es otro potencial cliente afortunado en busca de un agente honesto, en busca de ayuda para hacer realidad el sueño de una vida agradable y lenta, en el agradable y lento distrito de Seochon.

Hwang Kyung-shinEscritor
Ha Ji-kwonFotógrafo

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