
De todos los snacks coreanos, soy particularmente asiduo al gotgam(caquis secos). Probablemente se deba a que el dulce sabor de esa fruta me transporta a mi infancia en el campo. Incluso estos días, si siento algo de hambre a la noche, de pronto pienso en caquis secos.
El árbol de caqui asiático (Diospyros kaki) es originario del este de Asia. En la casa de mi infancia teníamos muchos. Florecían en junio y, cuando sus gruesos pétalos color beige claro caían al suelo, los enhebrábamos con cuerdas y hacíamos collares. En otoño, las brillantes hojas de caqui se usaban para envolver sabrosos pasteles de arroz hechos con grano recién cosechado. Pero el mayor regalo de estos árboles era, por supuesto, su deliciosa fruta. Recién cortados, la carne de los caquis era suave y dulce, aunque lo mejor estaba por venir.
En un soleado día de otoño, todos los adultos se sentaban sobre el suelo del patio, en torno a una mesa de madera portátil donde se acumulaban montículos de caquis frescos. Era una ocasión festiva que implicaba diligente atención: había que pelar la piel de los caquis de la manera más fina y ordenada posible.
Las frutas peladas se colocaban en filas en el patio, sobre una bandeja grande que descansaba sobre una rejilla. Cuando la parte superior se secaba y oscurecía, los caquis se volteaban para secar la otra parte. Cuando se secaban parcialmente, solo probar la suave carne de la fruta resultaba delicioso. Como era demasiado impaciente para esperar, dudaba entre el deseo de robar uno o dos caquis de la bandeja y el miedo a ser traicionado por los espacios vacíos que quedarían.
Cuando los caquis se secaban por completo, eran almacenados en vasijas de barro. A veces, se sacaban varios puñados y se rellenaban con nueces, o bien se usaban para bebidas como sujeonggwa, un tradicional ponche de canela coreano. Pero, en general, los usaban solo para servirlos en la mesa de los ritos ancestrales, o para comerlos como refrigerio tardío en las largas noches de invierno.
Hay una historia divertida que todos los coreanos escuchan durante la infancia. Hace mucho, mucho tiempo, en una noche oscura, un tigre paseaba por el patio trasero de una casa, cuando adentro escuchó a una madre tratando de calmar el llanto de su hijo. “Hay un tigre ahí. Será mejor que no llores”. Pero el niño seguía llorando. “¡Mira! Es un caqui seco. No llores más”. Y el niño dejó de llorar de inmediato. Entonces el tigre, pensando que el caqui seco sería algo más feroz que él, se asustó y escapó. Aunque ya no hay tigres en nuestras montañas, aún quedan caquis secos. ¡Doy gracias a Dios por eso!