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2020 AUTUMN

REPORTAJE ESPECIAL

Reparto a domicilio: mirada al interior de un sector en augeREPORTAJE ESPECIAL 2Érase una vez… Recuerda un novelista

Un cruce congestionado. En cuanto el semáforo se pone verde, decenas de motocicletas despegan a una velocidad vertiginosa antes de que los coches puedan siquiera acelerar el motor. Es una escena común en las grandes ciudades de Corea. Cientos de miles de repartidores se arriesgan a diario para que los paquetes, alimentos u otros productos, lleguen lo más rápido y seguro posible a los clientes.

Antes de debutar como novelista, repartía comida coreana en un distrito de oficinas en Seúl. También hice entregas en un restaurante chino en un distrito de entretenimiento, y en una pizzería en una zona residencial. Incluso durante mi corta estancia en Londres, tuve un breve periodo como repartidor de un restaurante japonés, así que supongo que eso me convierte en “un repartidor con experiencia en el extranjero”. Pero todo eso resultó completamente inútil cuando volví a Corea, emergente potencia en servicios de entrega. En Gran Bretaña, ser mensajero es un trabajo regular, mientras que en Corea, a menudo es solo algo temporal.

Mensajeros sortean el tráfico en hora punta para hacer el máximo de entregas en un tiempo limitado. Deben conocer las calles como la palma de su mano y elegir la ruta más eficiente. © NewsBank

Dilema

“El chico de pelo largo de al lado está hospitalizado. ¿Sabías?”

Mientras me preparaba para mi día de trabajo mi jefe, con cara de tristeza, me contó la desafortunada noticia. El chico de pelo largo era un “maestro” muy competente. Siempre que me encontraba con él en las calles, me asombraba su habilidad. Parecía un corredor profesional. Supe que tenía el corazón roto por una relación que acababa de salir mal. Y ahora, esto... Solo demuestra que un repartidor necesita estar a y concentrado en todo momento, como un cirujano, un analista o un piloto. Apartar los ojos de la carretera durante una fracción de segundo puede implicar verse tirado en el suelo.

Durante mis turnos de reparto, a veces sentí un escalofrío recorrer mi columna, incluso pese al abrasador calor del verano, tras ver cualquier motocicleta medio tirada a un lado de la carretera, que obviamente no estaba estacionada allí, al acercarme, veía una rueda de radios doblada o un costado raspado. La moto había sido echada a un lado para despejar el camino, después de llevarse al motorista en ambulancia. Los accidentes entre mensajeros ocurren con demasiada frecuencia. Si alguien a quien normalmente veías a diario no aparece por ningún lado, significa que ha muerto o estará herido.

“Deberías tener cuidado con la velocidad. Deja de correr como un loco, ¿de acuerdo?”

A mi jefe le preocupaba mi estilo de conducción.

“Estoy bien. De todos modos, no tengo nada que perder”.

“Déjate de tonterías. No puedo perderte. Así que asegúrate de conducir de forma segura”.

Fue reconfortante, pero también un consejo muy realista.

Cualquiera puede trabajar como mensajero en moto, siempre y cuando tenga licencia y no tenga miedo. Dependiendo del volumen de entregas diarias, puede obtener unos ingresos bastante buenos. Además, no hay que lidiar con el estrés de una rígida cultura de oficina o de un estirado jefe. No obstante, los mensajeros en moto escasean. El mayor inconveniente es que es un trabajo peligroso. Hay demasiados idiotas en la carretera y, en Corea, donde es demasiado fácil obtener un permiso de conducir, los repartidores se enfrentan constantemente al peligro de ser atropellados por un principiante.

Los mensajeros arriesgan sus vidas conduciendo a toda velocidad para agilizar las entregas y lograr una mejor paga. Pero los accidentes de moto ocurren igual que los accidentes de tránsito. Lamentablemente, muchos conductores creen que sus motocicletas son más rápidas que los automóviles. Las motos pueden parecer más ágiles por su menor tamaño, pero no son más rápidas ni más potentes. Sin embargo, ir más seguro y reducir la velocidad implica menos dinero. La única forma de salir de tan precario dilema es ganar el premio gordo. Puedo apostar con seguridad que casi todos los repartidores tienen un billete de lotería en el bolsillo.

Repartidor de Ddingdong en el distrito de Gangnam en Seúl, carga un pedido de un bar de bocadillos en su scooter. Los pequeños restaurantes que no pueden pagar sus propios repartidores usan plataformas de entrega. © NewsBank

Know-How

Son las 11 a. m. El teléfono suena sin fin. Durante la ventana de dos horas hasta la hora del almuerzo cada repartidor debe hacer 30 entregas. Cada entrega consume en promedio cinco minutos, lo que implica 12 por hora y 24 en dos horas. Pero muchos lugares demoran más de cinco minutos, y hemos de hacer varias entregas a la vez. Esta es otra razón por la que un buen sentido del espacio define la competencia de un repartidor. En nuestra mente trazamos la imagen de la ruta más corta para conectar las direcciones de entrega. Has de usar la cabeza. Calcular cuánto puedas cargar en una motocicleta y hasta qué punto puedes llegar. Un verdadero profesional es alguien que puede imaginar una ruta clara y eficaz en su cabeza.

Otro requisito es conocer al dedillo las condiciones del tráfico. Has de saber cuándo cambia el semáforo en la intersección frente a la tienda, y valorar en segundos si será mejor usar las escaleras o el ascensor antes de llegar a destino. Un mensajero habilidoso agudiza su sexto sentido para predecir lo que saldrá disparado del siguiente callejón, o si el automóvil que viene de frente dará una vuelta en U. Un “maestro” siente satisfacción cuando realiza con éxito una tarea en la que otros fallan.

Salgo hacia destino. Espero que el auto de enfrente no se salte un semáforo, que una bici no salga repentinamente de la nada como un ciervo, no chocar con nadie, que mi moto no resbale sobre una cáscara de plátano, o no pillar un bache que me lance como en un salto mortal por el aire. Rezo una y otra vez. En cualquier caso he de sobrevivir, seguir viviendo. Pero una vez salgo, solo tengo un pensamiento en mente: ¡no llegar tarde para que el cliente no grite!

Has de usar la cabeza. Calcular cuánto puedas cargar en una motocicleta y hasta qué punto puedes llegar.

Un verdadero profesional es alguien que puede visualizar una ruta clara y eficaz en su cabeza.

Indignidad

Repartidor de una franquicia de pollo por el callejón de comida junto a la Universidad de Konkuk, al este de Seúl, a altas horas de la noche. © Shutterstock; foto de Kelli Hayden

Mi primera entrega es en una oficina donde la gente es desagradable. Siempre me hablan mal y maldicen si llego un poco tarde. Parecen tener un vulgar sentido de superioridad, y creen que las personas que trabajan en oficios manuales, como los mensajeros, son de clase inferior y merecen ser tratados con rudeza. Me vuelvo loco cada vez que voy allí a recoger los platos.

“Les pedí que no pusieran basura en los platos”.

Nadie se molesta en contestar. Me tratan como si fuera invisible. Ni siquiera me pagan al momento, sino que llevan un libro de cuentas mensual con los pedidos. Cuando les pido su firma, deliberadamente se toman su tiempo, como si estuvieran firmando un pago importante. O a veces piden cuatro raciones pero furtivamente anotan tres, y cuando voy a cobrar a fin de mes, tienen el descaro de gritarme.

“Por amor de Dios, dijimos que pagaríamos luego. ¿Crees que vamos a estafarte esa pequeña suma? ¿Eh?”

Un día, los de esa oficina huyeron sin pagar. Lívidos, mi jefe y yo intentamos cazar a esas ratas, pero todo fue en vano. Actualmente, los prepagos son en línea o mediante una aplicación, para evitar esos contratiempos. En ese sentido, los avances tecnológicos son una bendición.

Mi próxima entrega es una fábrica. Aquí siempre hay una actividad frenética. Me pregunto si incluso tendrán tiempo para comer. Al salir, veo que todos los trabajadores tienen los ojos inyectados en sangre. Mis ojos también están rojos, por el humo y el polvo de la carretera, pero no puedo perder tiempo comparando quién da más pena, si ellos o yo. Me apresuro hasta mi siguiente destino, un motel, cuando empieza a llover. Casi puedo escuchar el ruido del teléfono sonando como loco en nuestro restaurante: con el mal tiempo los pedidos aumentan.

Saco el impermeable y me lo pongo. Hasta me envuelvo una toalla alrededor del cuello, pero no basta para protegerme de la lluvia. Las gotas se clavan como agujas y golpean mi cuerpo cuando acelero. Emana tristeza. Empapado y lastimero, arrastro mis pesados pies empapados en agua y entro al motel. Un hombre, desnudo y solo envuelto en una toalla abre la puerta y toma la comida. Debe haber ordenado comida para llevar para no molestarse ni en vestirse. Ese es el espíritu: prefiero que descanse más y ame más, en vez de perder el tiempo vistiéndose. Mientras vuelvo de camino al restaurante para cargar la próxima ronda de entregas, espero que su vida sea menos agitada, que su calidad de vida mejore y que mi vida también pueda ser así.

Balance

De vuelta al restaurante, los platos que esperan ser entregados se enfrían. Rápidamente cargo la comida y vuelvo a la carretera. La gente no pide comida a domicilio porque sepa bien. Difícilmente puede esperar que una comida en un recipiente de plástico envuelto en plástico que rebota en la cajuela de la moto sepa mejor que un plato recién preparado por un chef en un buen restaurante, bellamente presentado y servido por un amable camarero. Pero las personas piden comida a domicilio porque es más cómodo que ir a un restaurante o hacer cola. Por supuesto, algunos no tienen paladares sensibles y no son muy exigentes con el sabor.

Sin embargo, las entregas de alimentos han aumentado abruptamente el uso de envases desechables, una de las principales fuentes de contaminación por microplásticos. Una pregunta tras otra aparece en mi mente. ¿Una cultura en la que se puede entregar algo en cualquier momento y lugar es algo de lo que estar orgulloso? ¿Se asocia un próspero sector de entrega a domicilio con una mejor calidad de vida? ¿Presenta alguna ventaja la avanzada cultura de repartos de Corea además del alivio de saber que, como mínimo, uno no morirá de hambre incluso si no puede salir a la calle por la pandemia del coronavirus? Quiero decir, existe una alta probabilidad de que alguien irritable le entregue la comida, porque siempre va con prisas, o está enfermo y cansado de que le menosprecien. ¿La única ventaja de recibir comida en cualquier lugar eclipsa el resto de inconvenientes? Y más que nada, ¿está bien ignorar el medio ambiente por comodidad?

Las motocicletas de reparto se abren paso entre las angostas callejuelas para evitar atascos. Sin áreas de estacionamiento asignadas, aparcan prácticamente en cualquier lugar de Corea, hasta en aceras y cruces peatonales. Los mensajeros no dudan en cometer infracciones de tráfico, ignorar las señales o hasta en ir en sentido contrario. Pero como las motos no son fácilmente visibles en los espejos laterales de los coches, anuncian su presencia con atronadores sonidos de escape y asustan a otros conductores al circular de forma errática, pues es prácticamente imposible entregar los alimentos a tiempo respetando todas las normas de tráfico.

Aunque los repartidores ni siquiera podemos darnos el lujo de pensar en eso. Instintivamente sentimos que alguien nos espera ansioso y con el estómago rugiente, así que nos concentramos y salimos a toda velocidad. Mi última entrega del día es una empresa que tiene fiesta en la oficina. Es un pedido grande y mi moto se tambalea cuando cargo toda la comida. Al llegar, un grupo de gente alegre me saluda con entusiasmo. Brindan tranquilamente bajo un cartel de felicitación. Todos lucen felices, como celebrando algún logro. Llevar comida a un lugar así hace el trabajo algo más gratificante. Al irme, alguien se acerca y me da una propina, diciendo cortésmente: “Era un gran pedido, ¿no? Debía pesar mucho. Gracias por traerlo bajo la lluvia”. La propina y las palabras amables alivian la fatiga del día.

El día finalmente acaba. Fue muy largo. Mi cuello y mis hombros están rígidos y gastados, como carne seca por el pesado casco y por conducir toda la jornada. Mis manos están arrugadas de estar empapadas bajo la lluvia, y brazos y piernas flaquean de subir y bajar escaleras incontables veces. Pero falta una última entrega: llevar mi cansado cuerpo hasta casa y acostarlo en mi cómoda cama. Silbo una melodía mientras arranco mi motocicleta. 

Park SangNovelista

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